domingo, 26 de enero de 2014

Ser

Insomne.
Se sienta frente a la pantalla dispuesta a escribir los mamarrachos más impensados.
Se sabe batallada y perdida, embarrada hasta la médula, vencida por un montón de espejitos de colores con marcos de encaje y otras porquerías lujuriosas. Pero algo dentro de ella la llena con el coraje de las mariposas, que son más larvas que otra cosa.
Sí, es romántica, no puede evitarlo...Hoy tuvo un atracón de películas sosas.
(Y cede muy fácilmente a las rimas)

Prende un pucho.
Un industrial esta vez, nada de tabaco armado. Porque el tabaco armado le es dulce, placentero, y este cigarrillo es simbólicamente (y realmente) para matarse. Un asesinato lento, un suicido de sensuales volutas de humo, de inventadas intelectualidades alimentadas por el cine viejo en donde fumar es sofisticado y glamoroso.
¿Con qué nos va a mentir hoy?¿Será un brillante poema de amor?¿Una historia de un lugar sin tiempo?¿Se arriesgará y hablará de algún perdido personaje histórico, demostrando que ha trabajado en pos de este escrito, que le ha puesto tiempo, producción y coraje?
No.
Está insomne.
Y es una insomne estúpida.
Con varias deudas consigo misma, con muchísimas imágenes ficticias que ha olvidado poner en papel y actuó buscando hacerlas verdaderas.

Siempre supo que si pudiese expresar en palabras aquello que inventa cada día en la novela tragicómica de su vida, tendría miles de libros amados por los criticones que tanto odia y que bobamente envidia. Sabe que es tonto celar esa clase de vidas, pero proviene de su parte más mediocre, que es como un 86% de ella misma.

Piensa ahora en lo que representa ser mujer. Siempre que sufre, se enmarca en su género, se siente un poco menos sola y transcribe su sufrimiento al de millones de mujeres. Porque sufrir es ser mujer, pareciera. Con la frente en alto y las lágrimas arruinando su rimmel. Con un hermosa boquita pintada de rojo que clama a Dios por libertad y estabilidad mental. Y por supuesto, por los brazos de algún hombre que le brinde todo eso y aquello que aún no se le ocurre. O por alguna otra mujer, etérea y celestial, que la vuelva menos vulgar. Porque otra es claramente la salvación a su indecente corazón.

De pronto, se topa con su nudo. Su historia perfecta, el drama complejo y pasional que hará de su vida un sitio en donde muchas cosas excitantes suceden. Un sitio, leyó bien. Podría ser un departamento, cargado de sensaciones y de muebles exóticos. Con gente hermosa acariciándose -repentinamente- por doquier. Con música de Frank Sinatra sonando de fondo y algunos vasos de cristal llenos de coñac. Con un cuadro de Klimt, porque le encantan los colores. Y una chimenea encendida, para que todo sea aún más patético.

Esa increíble historia que merece ser contada tiene por tema sufrir.
Sufrir...por nada. O por todo. Por nadie. Sufrir por sufrir, para significar la existencia. Sufrir para hacerlo todo un poco más intrigante. Para que alguien se acerque un día, con ojos curiosos y le pregunte: "¿Por qué sufrís?". Y ella, muy suelta de cuerpo, responda con los ojos clavados en el piso: "Ah, si supieras..."
Y allí comience la frenética carrera por hacerse desear, porque le saquen las palabras a gritos, a golpes o a besos. Para que esa otredad que la mira confundida necesite desesperadamente saber qué esconde, qué no dice, qué estruja dentro de su cuerpo y no deja que nadie conozca. Sus secretos, los más profundos, los que la hacen un mar, una tsunami a punto de llevarse todo por delante.

Ah...si de verdad supieras, querida otredad, que es solo un charco. Un charco símil-mar, encargado por teléfono y en oferta. Tu verdadera pregunta sería algo como "¿Por qué no empeñar todo este tiempo en construir algo que valga la pena, y no solo la absurda antesala al departamento de la Nada?" Acto seguido, uno podría visualizar una bofetada, o quizá una catarata de insultos irreproducibles. Quizá la otredad rompería entonces los exóticos muebles y echaría a patadas a la pareja atractiva que franeleaba en el balcón.
Tal vez apagaría el disco de Sinatra o lo prendería fuego. O mejor aún: lo rayaría tirándole todo el coñac que quedaba en los vasos -los vasos incluídos-.

De pronto, es una insomne que toma mate cocido y come pochoclos que sobraron de la película de ayer. Sentada en calzón con ensoñada expresión (no olviden las rimas), como si buscara algo allí, cerca de la colección completa de Borges o del Código Penal; quizá un poco a la izquierda de los tres tomos de la Enciclopedia Práctica Primaria. Tal vez en las hojas del Leviatán. O simplemente en cualquiera de todos esos libros que seguramente jamás lea, pero que siempre queda bien citar.
Probablemente busque algo que espese esta emocionante historia, este best-seller de tapas duras e ilustraciones innovadoras que será la clave de su éxito.
Pero sabe, muy en el fondo, que solo es una insomne.
Toma un sorbo del segundo mate cocido, prende un nuevo cigarrillo y se ríe.

Por lo menos tiene a favor la capacidad de reírse de sí misma.