martes, 26 de mayo de 2015

Jazz

Ahí estás
Quién diría
jugo de naranja y humo
volutas de color subiendo por la habitación.

Escuchás ese disco y pensás
quehaceres, horarios, rutinas
el niño haciéndose adulto
pero meciéndose, bailando.

"Sí, estoy bailando", decís
es mentira que no te gusta
esta sensación de noche
tarea cumplida
final del día.

La dulce relajación del calor
tu casa
tu mesa donde escribís
comés, leés

Donde alguna vez hiciste el amor.
Tal vez con este mismo disco.

Sonreís. Hay noches y noches.
Esta tiene el gusto del cansancio dulce
la satisfacción del movimiento
de la actividad.

Pensabas, sí
en lo que se quiere
en las obligaciones
los deseos, las tinieblas...

Pero ahora estás bailando
tu cabeza empezó a marcarle el ritmo al pie
despacio, sin apuros
hoy no hay corridas
no ahora; no hay mañana más
que el humo
y el jugo de naranja.

No, no es licor ni whisky
es jugo. Nada de eso,
no hay necesidad de estereotipos
de noche y de jazz.

Encendés, sin embargo, otro cigarrillo.

Hay algo en vos que aún se resiste a tanta vida
 brotando repentinamente.
Los dolores, la lucha, el miedo.
Quizá todo eso, quizá algo más.

"No importa", decís
de verdad no te vas a boicotear
por una vez que bailás
que soltás esa piel
ese aroma a verdad...

Y estás bailando.
Súbitamente bajaste las luces
despacito. El jugo
el vaso, la noche
giran. Delicia.
Las luces que se ven desde la ventana
hacen reverencias cansinas
al hombre que las baila.
Ellas también dicen

"Por una vez 

que suelta esa piel..."

y sonríen.
A veces vuelve.

Cuando son las cuatro de la mañana y te diste cuenta que necesitabas descansar y el finde largo
se te fue de las manos sin siquiera darte tiempo a reaccionar.
Cuando estabas demasiado embotada pensando en hacer o en distender o en dejar de pensar.
Cuando estabas mandando a la mierda a toda esa gente que te hizo mal
y recordando a los que te sacaron una sonrisa, por más mínima, regalándote algo de paz.

A veces vuelve.
Siempre tenés miedo pero estás intentando cada vez con más firmeza no dejarte desanimar
Pensando que la única manera de sobrevivir a este caos de sentidos es crear uno
en el cual depositar la fe.
Siempre creés ver que en el fondo del lago algo se está retorciendo
y que la calma de la superficie en cualquier momento se va a quebrar.

No importa, decís
No importa.
"Lo que viste fueron jirones en el aire, ya pasó", te cantás.
Esa inmensidad oscura que parece comerte por dentro no es real
no está allí. Nadie puede decirte que estás mal, que hay un error
con vos, con tu piel, con lo que sentís.
Nadie puede empuñarte la culpa, agitarla en tu cuerpo
hacerte sentir el frío de su filo en los labios.

No importa, repetís.
Las leves puntadas en el estómago
no querer dormir sola y mirar hacia los costados, alarmada.
No, claro que no.
Las preguntas en tus ojos mirando los ojos que amás
cuestionándote hasta el hartazgo toda la literatura que te quemó los sesos
los mandatos, los deberes, lo que creías, lo que entendiste.
Todas esas palabras que te pintaron ciudades de colores brillantes
y complejas abstracciones sobre el vivir
todo lo que no te deja conocer el verdadero gusto de la realidad.
todo lo que te hace preguntarte dos veces si "eso" es realmente lo que "es".

A veces vuelve.
Mirás hacia atrás casualmente, casi por error
moviendo las páginas de vos misma
te preguntás si estuvo bien. Te preguntás si es justo preguntarte eso.
Te enojás, volviste ahí. Volvió.
La puta madre.


Ese bicho horrendo que te chupa la sangre está tocando timbre.
Dice saber que querés que entre.
¿Qué carajo puede saber ese asesino? ¿Ese coso que ni boca tiene,
que no puede cantar, ni escribir, ni bailar?
¿Eso que se queda en los lugares oscuros y sucios
diciéndote que te pertenecen, que son tu hogar?
No, no. Ni en pedo, ni loca.
Eso de nuevo, no.

Armás un pucho, lo prendés, reflexionás.
¿Qué hacer? Sigue ahí..
Lo sentís respirándote en la nuca, babeándote el pelo.
Punto para vos: ya no te da miedo. Si, a cambio, un asco tremendo.
Escuchás el ascensor subir y bajar. Qué bueno sería que alguien lo vea
y sea otro el que tenga que lidiar con...eso.
Pero no, es algo tuyo, lo sabés. Pitás profundo.

No podés quedarte adentro para siempre. Tapar la cerradura para no ver su ojo
viéndote. No, es absurdo que lo dejes ganar así.
Vos sabés que no tiene sentido que te diga lo que te dice,
lo escuchás reírse y sabés que ni siquiera tiene boca, que no puede.
No, basta. Dejáte de joder con estas cosas.
No tenés idea de lo que significa vivir pero esto no puede catalogarse
como vida. Ni siquiera podés afirmar que el coso ese está, efectivamente, vivo.
Solo te mira y se ríe, se ríe por todo aquello que te duele y te averguenza
se ríe porque sabe que para echarlo tenés que enfrentarlo
y te cuesta.

----

El estómago lleno, doloroso, hinchado. Pero no fue gula, no fue alcohol.
Te acordás de la vuelta que fuiste al hospital y conociste a esa doctora que todavía creés
que la envió alguna entidad superior para despabilarte.

-Me duele la panza, doctora, es un dolor raro y ahora también lo siento en la parte baja de la espalda.
No me deja comer absolutamente nada, la verdad que no sé...
(La doctora interrumpe con preguntas que a la narradora le resultan extrañas. En medio del cuestionario, sobreviene una cuestión clave)
-¿Qué estudiás?
-Comunicación
-Ah, justo lo que te está faltando...(las palabras se pierden en la caída libre emocional de la paciente. Baja -momentáneamente- telón)


Te dejó pedaleando en el aire durante días, semanas.
Todavía te duele la panza y más de una vez te preguntás si vas a terminar conviviendo con esa sensación por el resto de tu vida. Siempre muy extrema, y siempre sin retractarte.
Te estuviste observando, entonces.
Para algunas cosas son bastante constante.
Estuviste sintiendo y viendo, en doble papel de actriz y espectadora, todas las veces que estos últimos días te tragaste palabras que tenían que salir.

Mierda que fueron muchas. Y algunas tan al pedo...
Con gente que querés, que conocés. Con gente que no tiene idea de quién sos y te falta el respeto porque cree que puede. Con otros que tampoco saben quién sos y hubieses querido abrirte, que lo sepan. Con gente que querías que te escuche y se distrajo mirando una mosca. Con gente que te puso en un lugar en donde no querías estar. Con gente que jamás te pidió nada aunque te dió demasiado.
 Con gente que te mira y sólo con eso te está diciendo cosas que tenés ganas de prender fuego, de destrozar (sería distinto si las palabras se pudieran romper así, como tazas que se caen o cortinas que se desgarran)

Algunas veces lograste decir (el coso atrás de la puerta lanza una carcajada) lo que querías.
Otras, sólo pudiste esbozar un estornudo de sentimientos.
Tenés la garganta cada vez más rota y te cuesta respirar, es como si adentro tuyo hubiese demasiadas cosas que te están quitando espacio.
Escuchás tu voz volverse cada vez más quebradiza. Lo escuchás cuando hablás demasiado y clavás 200 palabras por segundo y no te están dando bola. Lo escuchás cuando quisieras haber metido bocado y te quedaste con el nudo en la garganta volviéndose yunque. Lo sentís cuando dijiste tanto y te respondieron tan...otra cosa.

La cosa detrás de la puerta también prende un cigarillo.
Escuchás el ruido del encendedor. Te preguntás si lo fumará con el ojo
o con qué carajo, si la porquería esa no tiene boca. Se vuelve a reír.
Cómo se ríe...hondo, tenebroso, lleno. Se ríe como si no supiera hacer otra cosa.

Ya está, ya fue. Te hierve la sangre de cosas que no podés controlar más.
No vas a explotar, vas a canalizar, pensás.
Ahora vos te reís, mientras cazás la guitarra, la sartén
los zapatos, una silla. La mesa del comedor, la planta que hace unos días te regalaron.
Armada con todo eso y con los roles invertidos, ahora sos vos la respiración que
el monstruo escucha, mirando por atŕas del hombro, con miedo a acostarse solo.
Ahora sos vos el nudo de porquerías en el estómago, las preguntas por el ser y
el no ser y la fe y el amor y lo difuso de la realidad.
Le sacás punta a una pata de la mesa mientras abrís la puerta y, revoleando la sartén
le apagás el pucho en el ojo. El bicho grita de dolor, se retuerce. Te dice que no quería volver, que lo obligaste -encima, te quiere hacer sentir culpable-.
Ves como saltan los chorros de tinta y el coso grita mientras la guitarra hace su labor
partiéndose en la cabeza de "Eso" (si es que se le puede decir cabeza)
Nunca sonó mejor. Te ponés a cantar una de Zitarrosa que habla de la canción.
Es como un exorcismo para el monstruito.
Con los zapatos tenés una misión especial:
Les pedís si te conceden una pieza y luego del gesto afirmativo,
bailás con ellos encima del bicho.
Bailás enloquecida, como cuando te encerrás en la pieza y no hay nadie que te pueda parar.
Escuchás los chillidos y la guitarra todavía vibra partida en el piso del sexto piso.

Ya casi extinto, mirás hacia abajo para ver bien y por última vez a esa patética criatura.
Con el pecho lleno, la panza libre y la garganta abierta, improvisás un par de notas. Le cantás un blues. Uno de despedida.
Y le gritás que la próxima vez que te venga a callar la boca
te vas a sentar a escribir éstas líneas.