miércoles, 29 de mayo de 2013

Caminaba apurada en dirección al río. Sabía que faltaban sólo un par de callecitas de tierra hasta llegar al puente que conectaba con el pueblo. Hacia años estaba allí, como única vía de conexión entre los campos y la casi inexistente civilización del poblado "Los Tulipanes". Lo cruzaba desde pequeña para ir al colegio y lo cruzó más tarde para alejarse de aquella casa inmensa que la había retenido largos años de su vida. Pero volvió allí, siempre volvía en sueños y pesadillas, para comer tarta de manzanas o para llorar amargamente bajo los nogales que cercaban la estancia. Innumerables pasillos oníricos corría para desaparecer de aquella cárcel con empapelados de flores pasteles. Nunca salía. Cuando abría las pesadas puertas de madera para huir se despertaba en medio de la noche, agitada y bañada en sudor helado, escuchando aún la voz de aquella sombría mansión que la perseguía, como persigue la luna al sol en el tiempo y el espacio.
El río se alzaba como un largo rayón de fibra a través de los campos amarillentos de otoño. El puente allí, madera vieja y carcomida, era una estructura fuerte y antigua que olía a humedad. Se paró en el comienzo para recuperar el aliento y observar el paisaje.
Aquel campo desolado con el río en el medio era el escenario de su vida, y sería también el escenario de una infinitud latente.
Caminó con pasos entrecortados hasta llegar al medio y clavó los ojos en el río que parecía una sábana tranquila y profunda. Tomó el barandal con ambas manos y se quedó un minuto allí, escuchando el sonido del agua correr. Al siguiente minuto su cuerpo ya había atravesado el barandal, y sus pies jugaban en el borde del pequeño trozo de firmeza que le quedaba. Estaba pegada, su espalda y manos ofreciéndole estabilidad contra las tiras de madera. Miró el agua y sucedió: Su reflejo le devolvió la mirada. Allí y solo allí lograba verse entera, tal cual era. Dedicó unos breves instantes a repasar aquel lugar, a retenerlo entre los párpados y grabarlo en su mente. Lo conocía desde siempre, podía visualizar con los ojos cerrados la disposición de aquel espacio pero necesitaba una última vez sentirlo en la mirada. Volvió a mirarse en el reflejo y éste pareció apremiarla: No lo hizo esperar más.
Su cuerpo cayó y fue la imagen de una pared colapsando. En aquel pequeño vuelo de cara al agua creyó sentir como sus huesos se desataban entre sí. Su acuosa otra, su gemela que esperaba flotando abrió los ojos y los brazos como se abre el sol en el horizonte.
Entonces, la mágica transformación comenzó con un enredo de extremidades: de brazos y piernas envolviéndose en una danza burbujeante. Las piernas lentamente se volvieron escamas violáceas y los brazos se aquietaron en las cinturas. Los dos pares de ojos se encontraron a pocos centímetros bajo la superficie, uniéndose en un dulce instante de serenidad.
Ellas, finalmente encontradas, finalmente unidas, se lanzaron a nadar rápidamente dejando atrás las maderas del puente.


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