martes, 3 de mayo de 2016

Calle 63

Ahí, estaban, como de otra galaxia. De cuero, un poco sucios, aproximadamente un talle 42. A simple vista impecables, formales, para usar con un traje y hacerse el James Bond. De cerca, se apreciaba que eran de pares diferentes. Casi algo normal: la basura de alguien, una caridad para los descalzos, un olvido o descuido. Pero no, dos pequeños y sanos helechos ocupaban los zapatos a falta de pies. No se les movía ni una hojita frente al concepto de calzado, ellos estaban ahí lo más campantes, indiferentes a nuestra angustiosa necesidad de significados.
¿Serían un regalo? Estaban en una puerta, como esperando a alguien o invitando a entrar; un mensaje en clave para lxs curiosxs insaciables, para lxs "Harriet la espía" del nuevo siglo. 
Una alarma de los dioses para lxs que creen en el más acá. Un suspiro de sonidos y sabores, convocando a las pequeñas artes de la hechicería cotidiana. A la poesía mágica de lxs tristes caminantes con cansancio o espanto o milagro para lxs que el mundo se detiene en un portal con zapatos-maceta. 
Es que, seriamente: ¿Qué otra cosa son unos helechos calzados, sino una convocatoria urgente a soñar?

***

Pedimos una birra en el kiosquito y nos hicimos los intelectuales discutiendo pelotudeces. Nos sentamos en la diagonal a seguir la manijeada. Me hizo enojar tu soberbia, te reíste de mí. Me calenté tanto que pensé en levantarme e irme. No sé en qué momento eso se transformó en algo sexual. Nos besamos casi con violencia, como si fuese una manera de seguir discutiendo y peleándonos por tener razón. Reíste nuevamente, pícaro y con los ojos llenos de diablura. Me calenté aún más, te dije que eras un pelotudo. Lo que me gustaba de vos también me molestaba. Al poco tiempo, sólo quedó la molestia.

***
Un seis de picas uolvidado al lado del cordón. Un sinfín de posibilidades frágiles tiradas en la calle que da a la plazoleta. Algo tuvo que significar, de lo contrario ¿para qué molestarse?
Un seis de picas diciendo algo en lenguaje extranjero. Buscando unas manos extrañadas que lo levantaran del piso y lo cargaran de fábulas y misterios. Un mensajero de los confines, trovador de otras galaxias con poesía de buenas nuevas.
Del otro lado de las manos extrañadas, un cuerpo. Y activando éste, una mente nativa digital con acceso a dios a un click de distancia.

Comprar la yerba. Terminar de silbar la canción. Sacar las llaves del bolsillo. Abrir la puerta. Correr al perro de la silla. Prender el monitor. Teclear “qué significa el seis de picas” en el buscador. Dejar para lo último las respuestas de Yahoo. Abrir páginas de sitios que parecen legítimos: “astrologíaesotérica”; “tuguíainterior”; “elblogdelyosiendo” (ese quizá no tanto). Abrir en nueva pestaña unas 10 veces. Leer todo. Encontrar respuestas contradictorias. Agrupar similitudes. Clasificarlas. Hacer una estadística. Ponderar una respuesta. Darse cuenta que es bastante de mierda. Desconfiar. Sentir con intensidad lo pelotudo de desconfiar sólo porque el resultado es adverso. Responderse que de última todo es bastante pelotudo. Levantarse de la silla. Acariciar al perro al pasar. Poner la pava. Sentarse a esperar. Ponerle yerba al mate. Reflexionar.


Un seis de picas olvidado al cruzar la calle. ¿Nadie más vió la señal? ¿Es que la curiosidad nos esquiva? Un naipe tirado como botella al mar en este día de otoño en la ciudad. Un fósforo prendido entre lo oscuro de los cables de Fibertel. Una flor de verdad oculta entre ramos de plástico. Un secreto desnudo esperando bocas que lo cuenten. Más allá de charlatanes y tecnología. Más acá de la intuición y la contemplación. Desparramado en la calle, para que lo veas. Y para que por un rato, crees, y creas.

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