domingo, 2 de junio de 2013

Hay algo gestándose en mí últimamente y no puedo explicarlo. Es una mezcla inmensa y extremadamente pasional entre un pasado que acecha y un futuro que atemoriza. Digo gestar porque no hay otro adjetivo para describir la sensación que pesa en mi vientre. 
Estos días pasados han sido túneles laberínticos de sentimientos extremos. Ambos costados de la moneda me han aterrorizado de igual manera. 
No me hallo en ningún lado. 
No existo en totalidad, en ningún sitio.
Las situaciones se presentan como desencadenadas tomas en una película sin trama.
Ya no reconozco a mi propia mente en funcionamiento. Es un ramal de voces yuxtapuestas que pelean por la tajada suprema: la aceptación por parte de mi bombardeado consciente. La entera predisposición a sus demandas, como una fuerza incontenible tomándome. 
Finalmente, cuando el discurso ganador pasa a la acción, cae la máscara de las persecuciones y me veo nuevamente sola, parada en el charco que se forma en el baño. Estoy mirándome al espejo como se mira a un cartel en otra lengua. 
No puedo desencriptarme. 
A mi alrededor encuentro la danza perfecta entre maravilla y mentira.
Todo parece salido de una extraordinaria novela. Lo espantoso surge cuando descubro que las novelas no son más que hermosas y atroces falacias. 
Intento desesperadamente permanecer en un libro, regir mi vida por las letras que construyo, donde somos uno el juego de la vida y yo; donde puedo deconstruir y transformar lo que veo, convirtiéndolo en un puente. 
Pero las treguas poco duran y el hechizo de la inmunidad se rompe fácilmente.
Caigo desnuda e inválida en un universo donde no encuentro las formas para expresar qué sucede.
Tampoco logro entenderlo, no son siquiera imágenes coherentes.
Paso de una completa burbuja literaria, donde dibujo frases en las paredes
a un lumínico grito estridente
en un mediodía sin calidez;
a una huida inmóvil.
Las señales espirituales se vuelven difusas, me encuentro a oscuras en una habitación llena de magias.
Pero ninguna de ellas promete amaneceres.
Las esperanzas resisten ahogándose en un tanque solitario, en el medio de un campo.

Mi sostén único es esta tristeza
 estas líneas que expulso a duras penas
y las marcas que mi cuerpo verbaliza.
Es el instinto
o la desesperación
o el movimiento mecánico e inútil de un electrodoméstico.

Pero es
allí
aún, donde todo lo demás caduca. 




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