jueves, 20 de junio de 2013



La cabeza me estalla.
Hace días siento una presión en la boca del estómago.
Será el tabaco.
O los kilos y kilos de fideos que trago sin pensar.
Será el insomnio y las largas lecturas obligatorias, aburridas y monótonas.
Será tu presencia
a pocos metros de mí
que trae consigo huracanadas mareas.

Mis hombros sienten el peso de varios cuerpos
Como si cargaran con tu voz
y su estructura sonora.
Con los otros
y sus afilados ojos.
Con todos aquellos que atestiguaron el momento
Cuando la cálida y blanda cinta
que envolvía nuestras almas
se pulverizó en un dulce acorde.

Luego vinieron las distancias
las hirientes palabras
el odio a escupitajos, los llantos, los silencios sepulcrales.

Luego vino tu imagen
en miles de imágenes
en cada melodía, doblando las esquinas
en cualquier atisbo de alegría
que buscara mostrarse tímidamente en algún sitio.

Luego vino el exorcismo
la apelación a los dioses, a los amores pasajeros
a las religiones de palabras y desahogos
a las fabricadas calmas en base a
saturarse
naufragar
dejarse tomar por el suave veneno
de lo trivial.


No te llevo conmigo como se lleva una cicatriz
o un tatuaje
o un listón en el pelo, ligero y sedoso.

Te llevo impregnado
como el olor a encierro
como una pintura maldita
que no desaparece
ni destruyendo la pared.

Como los órganos, dentro del cuerpo
como la piel
como la voz.
Como una insoportable paranoia,
como el recuerdo de un instante de cielo, de salvación eterna
en el solitario y atroz infierno del pensamiento.




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